En noviembre de 2007 fue nuestra primera Project Week y el destino una pequeña zona residencial al lado de la capital, algo así como Oleiros en relación con La Coruña pero mucho, muchísimo más grande.
Después de pasar 27 horas en un tren llegamos a la oficina de la ONG con la que estaríamos trabajando esos días (Child Survival of India) y allí esperamos a que llegasen nuestras familias de acogida porque sí, ¡nos tocaría vivir con familias indias! ¡Y no sé yo quien lo tendría más difícil, si nosotros cuando intentábamos hablar en hindi con ellos y teníamos que comernos todo tipo de mejunjes picantes sin rechistar o los que se fueron a Chennai para vivir su Project Week entre cocodrilos!
Mis días con esa familia fueron estupendos. A pesar de los problemillas con el idioma me acogieron con mucho cariño y no me dejaban ni un segundo sin una taza de chai en la mano, y aunque es cierto que no me gusta nada ese té ardiendo cargado de azúcar que los indios beben a todas horas el detalle se dice siempre que es lo que cuenta, ¿no?
La casa de esta familia como os podréis imaginar no era nada lujosa. Escasa de habitaciones el salón se convertía por las noches en la habitación de los padres y la habitación de los tres niños hacía de comedor a la vez que lugar de retiro, pues allí mismo tenían su templito hindú que trataban de mantener perfecto. Los pequeños y yo dormíamos allí, en una cama de matrimonio rodeada de paredes llenas de humedad. Puede parecer muy pobre cuando digo que no había luz por las mañanas ni al anochecer o que la ducha consistía en dos cubos de agua fría o, si había suerte, templada. Sin embargo esa familia no era de la clase baja, al revés, el padre era profesor y la madre, sorprendentemente en un país como este, tenía un cargo de cierta importancia en una de las asociaciones más influyentes de la zona.
La otra parte del viaje consistía en trabajar con la ONG así que después de muchas y largas explicaciones sobre el funcionamiento de estas nos fuimos a trabajar con afectados de SIDA, con niños de los poblados de chabolas, con mujeres maltratadas, prositutas y diferentes asociaciones. Esto nos enseñó que no todo es desorden en India, y que al menos hay proyectos que con empeño (y financiación no del gobierno indio sino de empresas americanas) acaban funcionando a la perfección.
¿Y los últimos días? El fin de semana que nos quedaba descolgado nos dedicamos a hacer de turistas en Delhi, a visitar lugares maravillosos como la mezquita más grande de todo el país o el lugar donde se encuentran algunas de las cenizas de Gandhi, además de recordar sabores occidentales en panaderías alemanas y regatear en los mercadillos.
Y después, al acabar de echar un primer vistazo a la capital que espero conocer más a fondo a principios de verano, pusimos rumbo a Maharashtra de nuevo para reencontrarnos con lo que nadie quería, las clases y la comida de la cafetería.
…Y otras 27 horas de tren.